Muchos dicen que los bancos son más antiguos que el propio dinero. Sí, así de contundente. Los historiadores aseguran que para rastrear el origen de las entidades bancarias hay que retroceder en el tiempo hasta las primeras civilizaciones de Mesopotamia y que las primeras entidades de ahorro fueron los templos que guardaban el grano que los agricultores depositaban en custodia por si las moscas. Algunos sabios dicen, además, que estos depósitos dieron origen a la escritura y a la aparición de la moneda.
Pero los primeros bancos, tal como los conocemos hoy, aparecieron durante los siglos x y xi en Italia al albor de las Cruzadas y, casi al mismo tiempo, en Asia. Los zaibatsu japoneses, germen de la formación de grandes empresas y los bancos, nacieron por la necesidad de contar con crédito en diferentes lugares del país ante la peligrosidad de los caminos. Más antiguas son las pruebas documentales de crédito en lugares como la India o China.
Pero la banca, tal como la conocemos en la actualidad, nació en Europa. El paso de los ejércitos que desde todos los rincones de la Europa cristiana se dirigían hacia Tierra Santa y, sobre todo, el establecimiento de mercaderes cristianos en Oriente hicieron necesaria la inversión de ingentes cantidades de capital para financiar las cada vez más arriesgadas misiones comerciales (como las caravanas de la famosa Ruta de la Seda) y las expediciones militares (algo que se incrementaría exponencialmente en la Era de los Descubrimientos).
En ciudades como Venecia, Florencia o Génova, estos “agentes” se sentaban en unas bancas especiales habilitadas en las plazas públicas, donde se firmaban los acuerdos. Los que necesitaban dinero se sentaban en el banco a negociar los préstamos: de ahí el nombre de las entidades. El primer banco moderno se abrió en Venecia en el año 1171 y la primera ley bancaria se promulgó en 1271 en esta ciudad italiana. La Banca Monte dei Paschi di Siena, fundada en 1472 por el gobierno de la ciudad como Monte de Piedad, es la entidad bancaria aún en funcionamiento más antigua del mundo.
El otro salto cualitativo del sector, que dio origen al moderno concepto de sistema financiero, tuvo lugar en el siglo xvii y tuvo como protagonistas a los integrantes del gremio de orfebres de Londres. Ante los crecientes depósitos de piezas de metales preciosos en sus talleres, los artesanos empezaron a imprimir comprobantes y órdenes de pago que, pronto, se convirtieron en una moneda alternativa para muchos de los depositarios. En 1656, un banco sueco fue el primero en emitir papel moneda en Europa y, unos años más tarde en 1690, la colonia de la bahía de Massachusetts hacía lo propio en suelo americano y, sin saberlo, daba un empujón decisivo para la creación del Banco de Inglaterra.
Muchas cosas han pasado desde entonces. Pero la estructura del banco, su funcionamiento y la relación con los clientes permanecieron prácticamente inalterados hasta la irrupción de dos revoluciones tecnológicas en el último tercio del siglo xx. En 1967, una oficina del banco Barclays de Londres fue la primera en adosar a su fachada un cajero automático; unas décadas después, internet revolucionaba el mundo y, con él, el sistema bancario. Aunque los primeros ensayos se produjeron en 1985, la explosión de la banca online se produjo a finales de la década de los noventa.
Para pasar de los bancos en plazas públicas a la banca online hemos tenido que esperar nueve siglos. A partir de aquí, hemos progresado a pasos agigantados; en treinta años la mayoría de nosotros ya no vamos a las oficinas bancarias, pagamos con tarjeta y gestionamos nuestro dinero por Internet. Un cambio radical en muy poco tiempo.
Esta combinación de nuevas prácticas, basadas en la atención personalizada, y nuevas tecnologías han dado paso a una nueva banca en la que se encuadra Banco Mediolanum. Pero recuperando un concepto de aquellos primeros bancos que se instalaron en las plazas del Renacimiento: la proximidad.